martes, 9 de mayo de 2017

Los quelonios: el galápago europeo y el galápago leproso (Segundo parte)



Notas de campo: Dice una vieja coplilla que estaban dos galápagos sobre una plana piedra soleándose, cuando una le dice a la otra: "por ahí viene un hombre, descalcito y sin sombrero". La otra contesta: "pues vayámonos para el charco que esos son galapagueros".


Hago referencia a esta vieja coplilla porque menciona un oficio, -el de galapaguero- en desuso y desconocido seguramente para los amigos de este blog. Éstos galapagueros se dedicaban a bajar a los arroyos y a las charcas, por las noches, iluminándose con candiles, para capturar estos quelonios y vender su carne.





Cuántos de los que leen estas líneas, siempre dedicadas a la fauna, se sorprenderán de la existencia de estos galapagueros, cuántos se extrañarán al oírme afirmar que se vendía la carne de galápago para su consumo.  No se extrañen, en la España empobrecida de finales del XIX y principios del XX también había raneros, ¡y hasta rateros!. Si no me creen, lean ustedes a Miguel Delibes y su libro "Las ratas".



No quisiera que se me quede en el tintero de mi mollera una última cosa. Decía, en la primera parte dedicada a éstos reptiles semi-acuáticos, que si ustedes pensaban que los quelonios eran animales de escaso valor faunístico, mucho menos importante que un águila imperial o un lince, verbigracia, se equivocaban.

Fue gracias a los quelonios, -o más exactamente, a las variaciones en la forma de sus caparazones entre los especímenes de distintas islas-, las que permitieron a un naturalista inglés, Charles Darwin, sacudir cual terremoto las Ciencias Naturales con su libro "El origen de las especies". Por cierto, el nombre de éstas islas; Las Galápagos.

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