martes, 14 de febrero de 2017

El alcaudón real (segunda parte).



Resulta que en estas monografías que, como cada martes, dedico a la avifauna de Extremadura, intento sumergir al lector en los temas que trato de exponer, lo mejor que puedo, pero siempre de forma apasionada. En ésta línea, hoy voy a terminar la entrada dedicada a ese pequeño matador, que decía el martes pasado que caza al reclamo y que forma despensas para los malos tiempos en los espinosos refugios del seno de las chumberas. Hablaba yo del alcaudón real. 



Notas de campoEnfilo el derrotero que me lleva a las Villuercas, paraje de extraordinaria riqueza natural que ocupa una extensión aproximada de 2.500 km2 en el suroesete de la provincia de Cáceres. La característica más singular de este paraje es que vierte sus aguas a dos cuencas fluviales diferentes; la del Tajo y la del Guadiana, lo que convierte a las Villuercas en un paraje casi único en la Península Ibérica.

    Fotografía 1.


Paisaje de inmensa belleza (Fotografía 1), donde las cristalinas trenzas de aguas transcurren por amenos valles, formando en su cauce infinidad de charcos que parecen espejos. Es noviembre en el bosque mediterráneo. En el objetivo de mi cámara una Tarabilla europea (Saxicola rubicola), un macho de vistosa librea (Fotografía 2 y 3). La tarabilla europea o común es un pequeño túrdido, insectívoro, que gusta de posarse en sitios que sobresalen en su coto de caza, postes, alambres o altas hierbas, en busca de sus presas. Una curiosidad: es de las aves que menos distancia de seguridad mantiene con los birdwatchers.

                                            Fotografía 2.
                                           Fotografía 3.

Hoy, la tarabilla no está sola, un depredador vigila el coto de caza desde una alta percha, el alcaudón real (Fotografía 4). Es el juego de la vida y la muerte, de comer y no ser comido. Yo me senté a observar la trágica escena que se iba a desarrollar y que trataré de contar aquí con fidelidad de cronista.

                                          Fotografía 4.

La tarabilla común buscaba algún insecto entre los pastizales cuando el alcaudón real empezó a emitir un débil gorjeo. La tarabilla parecía no percatarse de las intenciones del pequeño matador, que seguía, insistente, con su canto. El alcaudón se posó en una rama más cercana, atento a su presa, inmóvil, en claro ejemplo de cripsis (Fotografía 5). Era natural pensar en el fin trágico de la tarabilla, era natural pensar en la despensa del alcaudón.


                                Fotografía 5.

Quiso posarse la tarabilla en un alambre que dividía una cerca. A dos metros, el depredador no perdió el tiempo en posarse. El alcaudón real emitía un gorjeo repetitivo y, cada vez que lo emitía, se acercaba con lentos movimientos a su presa. Emitía un canto agudo, corto, a la vez que daba unos saltitos, metro y medio. La tarabilla no se espantaba. Otra vez el gorjeo tranquilizador, un metro. Daba ya por sentado la mala ventura del túrdido, medio metro. "¡Ay tarabilla confiada!, qué cerca tienes las terribles pinzas del alcaudón". quince centímetros. Otra vez el fatal trino, ya no había remedio.


                                 Fotografía 6.

De repente, cuando espera ya el supremo golpe del matador, un horrísono sonido de cencerros. Un rebaño de ovejas acertó a pastar cerca de donde se estaba desarrollando la terrible escena aquí relatada. La tarabilla pareció sacudirse, despertarse, al sonido de los ungulados domésticos. Ahueco sus plumas y se alejó volando de donde su suerte parecía sentenciada. Hoy, en el juego de la vida y la muerte en el monte mediterráneo ha salido cara, la tarabilla podrá vivir un día más. El alcaudón, contrariado, voló hasta la rama más alta de una encina cercana ( Fotografía 6), mirando a las ovejas que pastaban tranquilamente debajo suya, hasta que, hastiado, se fue volando de ese lugar. Otra vez será.


Vídeos:


Vídeo 1.


Vídeo 2.

Vídeo 3.


                                                                   Vídeo 4.



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