Cuentos del jabalí: De entre todos los seres del bosque, el jabalí era el mas ocupado. Pasaba las horas hozando por aquí y por allá en busca de un buen festín; alguna sápida raíz o, con suerte, algún ácido alacrán que ponía al descubierto haciendo rodar una piedra con su gran hocico.
La vida era tranquila, todo lo tranquila que podía esperar el animal más poderoso de ese territorio. En octubre, en la época de las peleas nupciales, había derrotado fácilmente a otros jabalíes enormes y el no conocer rival le llenaba de orgullo. El viento llevaba el olfato de jabalí de perfúmenes, el cálido influjo de las agujas de pinos y los primeros aromas de las primeras bellotas del mes de octubre. La vida parecía un canto gozoso.
Conocía a los otros habitantes del monte; era amigo del altivo ciervo, de las ciervas con sus cervatillos, que rompían la paz del monte.
Un mal día, un inquietante aroma llegó hasta sus húmedos befos, un olor que estaba grabado en la memoria milenaria de su especie. Era el olor de su enemigo, el lobo, aunque hacia ya décadas que el temido lobo no corría por esas sierras. El jabalí nunca había visto un lobo, sin embargo ese aroma le inquietaba y hacía erizar los pelos de su espalda.
No movía un músculo olfateando el aire. Había algo diferente en el olor del lobo, como había algo diferente en el olor de los cerdos domesticados. No era un lobo, era un animal diferente. A sus oídos llegó el ladrido de los perros, rompiendo la quietud del monte. Aquellos animales parecían desconocer la regla general de los animales salvajes de permanecer oculto para cazar o evitar ser cazados.
Sus amigos los ciervos huyeron espantados, mientras en el cielo azul se recortaban las siluetas siniestras de los buitres, anunciadores de la muerte. Decidió ocultarse en una cárcava que conocía perfectamente, sin embargo los perros, más rápidos, le seguían acosando. Se enfrentó a ellos, descubriendo que aquellos enemigos sangraban fácilmente ante las poderosas navajas y, por un instante, un sentimiento parecido al alivio invadió su ser.
Sin embargo, el viento llevó hasta su olfato un olor penetrante, era el hombre. A pocos metros, un cazador miraba impaciente desde la mira del rifle. No tardó en sonar un ruido sordo sonó, que al jabalí pareció el sonido del trueno que tantas veces había escuchado y, sin solución de continuidad, sintió un dolor terrible en el costado.
Era la primera vez que el jabalí asoció el olor del hombre con el sonido del rifle y con el dolor. Aprendió que ese ser era capaz de infringir un gran daño desde una gran distancia. Consiguió deshacerse de varios perros, -los mas temerarios murieron- y se escondió cerca de un arroyo que conocía, donde la fresca agua y las raíces de las verdes plantas aliviaban el gran dolor. El cazador, fastidiado por la presa huida y por los perros perdidos, desapareció, volviendo la paz del bosque. Sin embargo, el olor de este enemigo volvería en otra ocasión....FIN.
Sin embargo, el viento llevó hasta su olfato un olor penetrante, era el hombre. A pocos metros, un cazador miraba impaciente desde la mira del rifle. No tardó en sonar un ruido sordo sonó, que al jabalí pareció el sonido del trueno que tantas veces había escuchado y, sin solución de continuidad, sintió un dolor terrible en el costado.
Era la primera vez que el jabalí asoció el olor del hombre con el sonido del rifle y con el dolor. Aprendió que ese ser era capaz de infringir un gran daño desde una gran distancia. Consiguió deshacerse de varios perros, -los mas temerarios murieron- y se escondió cerca de un arroyo que conocía, donde la fresca agua y las raíces de las verdes plantas aliviaban el gran dolor. El cazador, fastidiado por la presa huida y por los perros perdidos, desapareció, volviendo la paz del bosque. Sin embargo, el olor de este enemigo volvería en otra ocasión....FIN.
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