En estos convulsos días, donde los recientes acontecimientos político-sociales del llamado desafío secesionista de Cataluña parecen agitar o estremecer cada parcela de lo cotidiano, podemos permitirnos, amigo lector, olvidarnos, aunque sea solo por unos instantes, de la inquietante realidad geopolítica actual y mirar (y admirar) a una hermosa ave que nos visita cada estío, la cigüeña negra (Ciconia nigra).
Notas de campo. Hablaba yo, la semana pasada, sobre la biología de la emblemática cigüeña negra (Ciconia nigra). Ave migratoria que, ajena a fronteras políticas creadas por el hombre, nos visita cada febrero/abril desde el África subsahariana para criar a su prole en una dehesa extremeña. Porque las cigüeñas negras no entienden de las fronteras creadas por el hombre, esas líneas que trazamos sobre la piel de la tierra y que separan un territorio determinado que tiene en común una lengua, o una religión, o unas determinadas costumbres de otro territorio determinado.
Viendo a la pareja de cigüeñas negras de la Portilla del Tietar que había venido, -como llevan haciendo desde hace millones de años-, desde el África subsahariana, pensaba yo en que las cigüeñas negras habían volado sobre multitud de naciones y de estados diferentes con los que el hombre ha "parcelado" la corteza terrestre. Cada una de esas naciones y esos estados son soberanos de un territorio mas o menos amplio, cada una de esas naciones y esos estados tienen una bandera distinta. Hemos encerrado el mundo.
Viendo a la pareja de cigüeñas negras de la Portilla del Tietar pensaba yo, esa mañana, en estas cosas y pensaba en el sinsentido del nacionalismo, cualquier nacionalismo. Qué absurdo es el independentismo, tan atado a la idea de territorialidad y tan alejado de una visión del mundo natural.
Viendo a la pareja de cigüeñas negras de la Portilla del Tietar pensaba en que la soberbia humana ha parcelado la tierra en continentes, en países, en regiones, hemos parcelado los océanos, hemos parcelado los vientos y sin embargo, una simple y humilde pareja de cigüeñas negras habían volado hasta Extremadura -como llevan haciendo desde hace millones de años-, desde el África subsahariana. Porque para las cigüeñas negras solo existe una tierra, la tierra. La tierra como un grano de polvo suspendido en la inmensa negrura cósmica, único lugar conocido donde la vida se ha abierto camino en millones de formas distintas.
Viendo a la pareja de cigüeñas negras de la Portilla del Tietar pensaba que no hay más nacionalismos que ese grano de polvo común a toda la especie humana. Hasta otro día.
Viendo a la pareja de cigüeñas negras de la Portilla del Tietar que había venido, -como llevan haciendo desde hace millones de años-, desde el África subsahariana, pensaba yo en que las cigüeñas negras habían volado sobre multitud de naciones y de estados diferentes con los que el hombre ha "parcelado" la corteza terrestre. Cada una de esas naciones y esos estados son soberanos de un territorio mas o menos amplio, cada una de esas naciones y esos estados tienen una bandera distinta. Hemos encerrado el mundo.
Viendo a la pareja de cigüeñas negras de la Portilla del Tietar pensaba yo, esa mañana, en estas cosas y pensaba en el sinsentido del nacionalismo, cualquier nacionalismo. Qué absurdo es el independentismo, tan atado a la idea de territorialidad y tan alejado de una visión del mundo natural.
Viendo a la pareja de cigüeñas negras de la Portilla del Tietar pensaba en que la soberbia humana ha parcelado la tierra en continentes, en países, en regiones, hemos parcelado los océanos, hemos parcelado los vientos y sin embargo, una simple y humilde pareja de cigüeñas negras habían volado hasta Extremadura -como llevan haciendo desde hace millones de años-, desde el África subsahariana. Porque para las cigüeñas negras solo existe una tierra, la tierra. La tierra como un grano de polvo suspendido en la inmensa negrura cósmica, único lugar conocido donde la vida se ha abierto camino en millones de formas distintas.
Viendo a la pareja de cigüeñas negras de la Portilla del Tietar pensaba que no hay más nacionalismos que ese grano de polvo común a toda la especie humana. Hasta otro día.
Mira ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros. Ahí ha vivido todo aquel de quien hayas oído hablar alguna vez, todos los seres humanos que han existido. La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos, miles de religiones seguras de sí mismas, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador y recolector, cada héroe y cada cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada rey y cada campesino, cada joven pareja enamorada, cada niño esperanzado, cada madre y cada padre, cada inventor y explorador, cada maestro moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”, cada santo y cada pecador en la historia de nuestra especie vivió ahí: en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol. La Tierra es un muy pequeño escenario en una vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre vertida por todos esos generales y emperadores, para que, en gloria y triunfo, pudieran convertirse en amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las interminables crueldades cometidas por los habitantes de un lugar del punto sobre los apenas distinguibles habitantes de alguna otra parte del punto. Cuán frecuentes sus malentendidos, cuán ávidos están de matarse los unos a los otros, cómo de fervientes son sus odios. Nuestros posicionamientos, nuestra supuesta importancia, el espejismo de que ocupamos una posición privilegiada en el universo … Todo eso lo pone en cuestión ese punto de luz pálida. Nuestro planeta es un solitario grano de polvo en la gran penumbra cósmica que todo lo envuelve. En nuestra oscuridad —en toda esa inmensidad—, no hay ni un indicio de que vaya a llegar ayuda desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos. Dependemos sólo de nosotros mismos. La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Colonizar, aún no. Nos guste o no, en este momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos. Se ha dicho que la astronomía es una experiencia de humildad, y yo añadiría que también forja el carácter. En mi opinión, no hay mejor demostración de la locura que es la soberbia humana que esta distante imagen de nuestro minúsculo mundo. Para mí, recalca la responsabilidad que tenemos de tratarnos los unos a los otros con más amabilidad y compasión, y de preservar y querer ese punto azul pálido, el único hogar que jamás hemos conocido.
Carl Sagan (9 de noviembre de 1934 – 20 de diciembre de 1996)
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