Quisiera empezar esta segunda parte de la monografía dedicada a la gran carroñera, advirtiendo a los lectores que tuvieron la paciencia de leer la primera parte, que si en aquella trataba yo, de una manera científica, de aproximar al lector a la vida y las costumbres de nuestro protagonista, el buitre negro, en ésta trataré sobre mis observaciones de campo del citado necrófago. Pensando en que estos temas, que a mi me apasionan, al lector le pueden interesar y si pueden aprender algo, mejor.
Notas de campo: Nos encontramos en una fría mañana del mes de noviembre, en una dehesa situada en los límites del término municipal de Ahillones y Valverde de Llerena, (Campiña Sur de Badajoz), en las estribaciones de Sierra Morena. Hogar durísimo, donde abundan los jabalíes, los ciervos, las águilas y otras especies propias de esas espesuras. Un débil sol de invierno no disipaba las brumas de la mañana, que se mezclaba con el verde sedoso del bosque, pintando un paraje casi irreal (Fotografía 2.), al otro lado de la sierra, la provincia de Sevilla, el Geoparque Sierra Norte de Sevilla.
Fotografía 2.
Estaba yo pensando esa fría mañana en la Sierra Morena; borde quebrado que separa la meseta del valle del Guadalquivir, cordillera de unos 500 kilómetros que transcurre de este a oeste, de Jaén hasta Huelva. Pensaba en su curioso nombre de "Morena" que da idea de oscura, de misteriosa, de hogar que fue de bandoleros, de cuatreros y de ladrones de aceitunas que en esa zona recibían el sonoro nombre de algarines. Tanto es así que fue el lugar donde Cervantes hizo ocultarse a don Quijote. Andaba en silencio entre las encinas, cuyas bellotas empezaban a alfombrar el suelo con una blanda hojarasca que amortiguaba mis pasos. Buscaba yo al ave cuyo nombre, como el de la sierra misma, lleva también el calificativo de misterioso, de oscuro, de negro. Buscaba al buitre negro ( Fotografía 3 y 4).
Fotografía 3.
Fotografía 4.
Sabía que podría ver al buitre en una zona donde gustaba de perchar, cerca de una gran colonia de milanos reales, de los que ya les hablaré en otra ocasión (fotografía 5). Esa fría mañana del mes de noviembre, el buitre, no estaba donde tantas veces lo había visto. Lo busqué, afanoso, por otros parajes, cerca del viejo alcornoque donde había sorprendido al carroñero descansando en días pasados. Nada. Una vaga luz inundaba el campo, el sol, perezoso, empezaba a calentar la tierra. Quizás, el buitre, aprovecharía las corrientes térmicas para elevarse casi sin esfuerzo, pensé. Nada. No había señales del buitre.
Fotografía 5.
De repente, como señor de sus atalayas, una robusta silueta me contemplaba con sus ojos penetrantes, inquisidores, desde una copuda encina. ¿Qué haces aquí?, ¿a quién has venido a buscar al interior del bosque? parecía que me preguntaba. Incrédulo me senté, en silencio, a observar al coloso de los cielos. Fueron minutos. Le hice unas fotografías que aquí dejo (fotografía 1 y 6), unos vídeos, y me dispuse a observar a través de mis prismáticos un hermoso animal, una poderosa criatura, un ave comedora de los cadáveres que abaten los cazadores, la vejez, las enfermedades y antes los lobos, en los tiempos en los que aún habían lobos en esa zona.
Fotografía 6.
Pensaba en su labor de limpieza, en los cuidados sanitarios que el buitre proporciona al sotomonte. cuando, sin mas, abrió sus enormes alas y, pausadamente se fue. Créanme, extraordinaria criatura ésta.
Vídeos:
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