martes, 21 de noviembre de 2017

La comunidad de la Portilla (Abril)



Me dispongo a dar continuidad en este espacio al resumen que hacíamos de la comunidad viviente de la Portilla del Tietar, una variada y singular fauna que desarrolla su periplo biológico en el transcurso de un año.




Procede ahora que les recuerde, como si fuera una serie novelada, que estábamos en el mes de febrero en la Portilla del Tietar, donde las cuarcitas se asoman en el espejo de las aguas tranquilas del río Tietar, cerca ya de donde se encuentra con el río Tajo.


Les describía yo como en febrero las enamoradas parejas de buitres leonados trabajan sin descanso en la construcción de sus amplias plataformas de ramas entrelazadas. Los nidos. Resulta un espectáculo sorprendente ver a los enormes alados arrancar y transportar -en las pinzas de sus picos- las ramas de retamas, situadas en las cercanías del cortado de la Portilla. Este es un mes donde los ecos de los grandes carroñeros resuenan por doquier.


                                        Detalle de buitre prospectando material de construcción del nido

Estamos ya en el mes de abril, hemos dejamos atrás la estación fría, el duro invierno y la primavera empieza a calentar la buitrera. Los días más largos y cálidos conllevan una explosión de vida en el monte mediterráneo. Observamos a la pareja buitres leonados con un pollo, grande y bien nutrido, con su blanco plumón que se empieza a asomar, curioso, a su mundo de paredes verticales.



El polluelo es cebado regularmente a medida que va creciendo durante los siguientes 6 meses que permanecerá en el nido. Los buitres no transportan la comida en la pinza de sus picos o en sus garras como otras aves de presa sino que transportan el alimento en su buche, hasta 3 kilos de comida. Una vez en el nido, la regurgitan para cebar al polluelo.



                                      Detalle de nido y polluelo de buitre leonado

En abril, los polluelos de la colonia de los buitres observan las siluetas gráciles de otras criaturas que retornan desde el África. Observan a la esquiva Cigüeña negra, que anida en un roquedo cercano. También llega desde sus cuarteles africanos el alimoche.

Cigüeña negra fotografiado en la Portilla del Tietar en abril de 2017


        Alimoche fotografiado en la Portilla del Tietar en abril de 2017

El polluelo de buitre leonado se desarrollará lentamente. Se embarcará en su primer vuelo a las 20 semanas y terminará alcanzando longitudes que frisan los 100 centímetros y una envergadura alar de unos 280 cm., el impresionante ave llegará a pesar de 6 a 9 kilos. Pero dejemos en este punto al polluelo, hasta otro mes.

Todas las fotografías son del autor del blog quedando prohibida su reproducción sin su expreso consentimiento.

martes, 7 de noviembre de 2017

El jabalí (Segunda parte)



Cuentos del jabalí: De entre todos los seres del bosque, el jabalí era el mas ocupado. Pasaba las horas hozando por aquí y por allá en busca de un buen festín; alguna sápida raíz o, con suerte, algún ácido alacrán que ponía al descubierto haciendo rodar una piedra con su gran hocico.



La vida era tranquila, todo lo tranquila que podía esperar el animal más poderoso de ese territorio. En octubre, en la época de las peleas nupciales, había derrotado fácilmente a otros jabalíes enormes y el no conocer rival le llenaba de orgullo. El viento llevaba el olfato de jabalí de perfúmenes, el cálido influjo de las agujas de pinos y los primeros aromas de las primeras bellotas del mes de octubre. La vida parecía un canto gozoso.



Conocía a los otros habitantes del monte; era amigo del altivo ciervo, de las ciervas con sus cervatillos, que rompían la paz del monte.



Un mal día, un inquietante aroma llegó hasta sus húmedos befos, un olor que estaba grabado en la memoria milenaria de su especie. Era el olor de su enemigo, el lobo, aunque hacia ya décadas que el temido lobo no corría por esas sierras. El jabalí nunca había visto un lobo, sin embargo ese aroma le inquietaba y hacía erizar los pelos de su espalda.



No movía un músculo olfateando el aire. Había algo diferente en el olor del lobo, como había algo diferente en el olor de los cerdos domesticados. No era un lobo, era un animal diferente. A sus oídos llegó el ladrido de los perros, rompiendo la quietud del monte. Aquellos animales parecían desconocer la regla general de los animales salvajes de permanecer oculto para cazar o evitar ser cazados.


  Sus amigos los ciervos huyeron espantados, mientras en el cielo azul se recortaban las siluetas siniestras de los buitres, anunciadores de la muerte. Decidió ocultarse en una cárcava que conocía perfectamente, sin embargo los perros, más rápidos, le seguían acosando. Se enfrentó a ellos, descubriendo que aquellos enemigos sangraban fácilmente ante las poderosas navajas y, por un instante, un sentimiento parecido al alivio invadió su ser.


Sin embargo, el viento llevó hasta su olfato un olor penetrante, era el hombre. A pocos metros, un cazador miraba impaciente desde la mira del rifle. No tardó en sonar un ruido sordo sonó, que al jabalí pareció el sonido del trueno que tantas veces había escuchado y, sin solución de continuidad, sintió un dolor terrible en el costado.


Era la primera vez que el jabalí asoció el olor del hombre con  el sonido del rifle y con el dolor. Aprendió que ese ser era capaz de infringir un gran daño desde una gran distancia. Consiguió deshacerse de varios perros, -los mas temerarios murieron- y se escondió cerca de un arroyo que conocía, donde la fresca agua y las raíces de las verdes plantas aliviaban el gran dolor. El cazador, fastidiado por la presa huida y por los perros perdidos, desapareció, volviendo la paz del bosque. Sin embargo, el olor de este enemigo volvería en otra ocasión....FIN.




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